Sinopsis

Adam se me acercó súbitamente, acariciándome el cabello con su mano derecha, mientras que con la otra, me agarraba por la cintura. Entonces, apunto de desmayarme, con el corazón latiéndome a cien por hora, susurró -rompamos las reglas-, a continuación rozó sus labios con los mios, introduciéndome en un trance del que no quería despertar. Me había besado.

domingo, 7 de marzo de 2010

Always with you


Hola a todos y todas!!! siento haber estado tanto tiempo sin escribir! pero e estado ocupado, bueno os traigo parte del primer capítulo de la que casi seguro será mi siguente historia, es solo un trozo pero espero que os guste. E estado un par de semanas sin escribir nada, y tras un descanso "espiritual" e vuelto.

No quiero enrollarme más, aquí os dejo parte del primer capítulo:


1












Era 23 de marzo de 2010, y ese día por fin sabría si llegaría mi hora. Pero no creo apropiado empezar a contar esta historia; mi historia, por el final. Te narraré mi vida desde uno de los peores momentos que pasé. Aquel día amaneció temprano, pues estábamos a principios de diciembre y ya era navidad. Hacía poco había perdido a mi ser más querido en el mundo: mi madre. Si, me quedaba mi padre, pero él no era un buen padre, ni siquiera se le podría nombrar cómo tal. Aún

recuerdo su imagen, un hombre de más de cuarenta años, que pocas veces se afeitaba, con barriga cervecera, y cara apenada. Solía acostumbrar a levantarse temprano para ver deportes vía televisión, él era el típico padre de antes, que sólo se preocupaba de su trabajo, no era partidario del racionamiento, por lo qué, ya puedes suponer, era una persona anclada en el medievo, con pensamientos muy extremos, hoy en día habría muchas formas de llamarle; sexista, racista, homofobo, y cientos de miles de cosas más. En aquel entonces, yo vivía una vida muy monótona, hasta que mi padre, preso de sentimientos humanos que nunca nadie le enseñó a mostrar, decidió que debíamos mudarnos. Así es, nosotros vivíamos en San Sebastian, a pocos metros del cementerio en el que yacía parte de nuestra familia, y en el que por supuesto, enterramos a mi madre.
Ahora íbamos montados en el auto de mi madre,

un Opel de color azul marino, recorriendo una larga carretera, sin coches a nuestro alrededor, y un paisaje solo habitado por montañas y árboles sin hojas.
- Papá – dije mirando su reflejo en el retrovisor - ¿podrías explicarme de nuevo por qué nos mudamos? - necesitaba romper aquel interminable silencio. Y no se me ocurrió otro tema.
Ya te lo e explicado, nos vamos para empezar una nueva vida, y por qué en Urnieta me han dado un trabajo que necesitábamos y que en San Sebastian no había – su voz era seca, y ronca.
- ¿Y yo? - le pregunté, sabía que poco le importaba a mi padre todo lo que tuviera que ver conmigo, y ya me esperaba su respuesta.
Tú – señaló, encontrando mi mirada con la suya – irás al colegio en el que te he matriculado – intenté reprocharle, pero me interrumpió antes de que pudiera pronunciar nada – y conocerás nuevas amistades. Y

todo lo que tú quieras – puntualizó. Estaba harta, me podría haber puesto a discutir con él, pero ya habíamos llegado a esa misma conclusión muchas veces en el pasado, y ya no merecía la pena enfadarse y pasar un mal rato para nada. Nuestras discusiones siempre tenían el mismo final, él creía llevar la razón, (aun que no la tuviese). Y yo comenzaba a llorar, ahogada en sentimientos que no sabía expresar, (se podría decir que era lo único que se me había pegado de sus costumbres, y casualmente no era nada bueno).
Media hora después, y envueltos en otro terrorífico silencio, (solo entorpecido por la entrecortada respiración de mi abuela que viajaba a mi izquierda), llegamos a Urnieta. Un pueblo con estilismo anticuado, de casas antiguas, construidas hallá por los años cincuenta, de carreteras llenas de baches, y de gente aparentemente pálida y triste. ¿Pero quién era yo para opinar? Dejé mis prejuicios en el quinto cajón de la

mesilla junto a la cama de la habitación de mis sueños encerrada en mi corazón. Tras un largo suspiro ahogado, parpadeé y noté cómo la fría mano de mi abuela intentaba agarrar la mía.
La miré.
Sonrió. Sus ojos llorosos me miraron con esperanza, lo cual me reconfortó, y me hizo sonreír.
Urnieta era un pueblo plagado de cuestas, y eso resultaba cansino, el auto en el que íbamos montados ascendió por una de ellas, y al llegar a lo más alto, frente al cementerio del pueblo, y desde donde se podía ver este al completo, mi padre nos avisó de que habíamos llegado. Salí del coche, cerrando la puerta con fuerza, aun qué me arrepentí al recordar que mi abuela se encontraba en su interior y de lo molesto que era aquel sonido para los que yacían dentro del auto.
Miré a mi alrededor, -naturaleza- pensé. Y justo frente al escalofriante cementerio había una casa igual

de antigua que las demás, solo que esta estaba más descuidada. Con un césped a rebosar de hierba, en el que en ese momento podrían vivir decenas de animales en los que decidí no pensar.
Ayuda a tu abuela – me ordenó mi padre. Giré el cuello para poder contemplar la situación. Mi abuela intentaba salir del auto, pero sus ochenta y tres años no le acompañaban. Me acerqué, y pasé mi brazo por su espalda, sujetándola.
Yo te ayudo – le dije, con voz neutra.